Agradecimientos personales. Este circo hubiera sido imposible sin la participación, voluntaria e involuntaria, de muchas mujeres, desde mi madre hasta Virginia Lucas, pasando por: Lia Schenck, que me abrió a lo espontáneo, Ruth Ferrari y Mariana Casares, que me abrieron a los jams y a la danza -y me guían junto a Claudia Pisani y Carolina Silveira- y Sandra Míguez, que tuvo la paciencia de aprender a bailar conmigo; en lo literario, Marisa Canut Guevara, que es poema; Eugenia González y sus plataformeras que me hicieron despegar los ojos del libro; Shirley Cotto que mantuvo y mantiene viva la llama de la improvisación; Alicia Preza que la redescubrió; Elizabeth Dib que se la robó a los porteños (ella es bonaerense) y la tiene a resguardo con sus secuaces en Wasabi. Hay una más que me guardo de decir. Pero también hay hombres, desde mi padre que junto a mi madre y mi madrina, Elvira Quinteros, me inculcaron la humildad hacia mí y el respeto y la admiración hacia los demás, hasta Lauro Marauda y Claudio Martínez que reafirmaron esa enseñanza. Y hay más gratitud hacia Claudio que, con Darío Díaz, me permitió convertir una tertulia de vino y Canario Luna (silencio) en una orden caballeresca a la defensa del vino y la poesía y vivimos ese sueño un verano y nos meamos de la risa, (y ya me estaba olvidando de una mujer también, una con la que compartimos el agua y las uvas, María, te nombro así y ya sabés quien sos). Termino con los hombres, porque ya debo estar aburriendo. Vale nombrar a a algunos que soñaron y a otros que llegaron después como si hubieran soñado: Jaime Terra Ripoll, Bernardo Laespiga, Julio Kiss, Alejandro Clavijo, Juan Pablo Preza, Manuel Soriano, Federico Valfré, Nill, Pablo Machado, Mario Calandra, Ricardo Prieto (y silencio) Eduardo de Souza, Gabriel Till y sus descarrilados, Jorge Alfonso, Claudio Vela y si me olvido de alguno me disculpa, yo mismo me estoy aburriendo. Vale nombrar a Fernanda Patrón por todas las mujeres de ese tiempo, a Marizel Repetto por las que vinieron después y a Valeria y a Rita por la que siempre querremos. Ah! Faltaban dos: Julio Melo y Carlos Lobos que me enseñaron el tango y otras dos una tal Natalia, que en una casa de Hermanos Damasceno me lo puso en el cuerpo y Graciela Abeledo que puso el circo para estas noches.
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